¡Palabras! ¡Ellas están al rededor mío! Yo las veo. Yo las uso. Palabras ásperas, palabras suaves, palabras amargas; palabras que dan dolor y pesar; palabras que dan felicidad y placer. Ellas son vitales para la comunicación. Cuando las palabras son habladas hay reacciones positivas y negativas. Cada pensamiento es como un gatillo o un encendedor de emociones o un modelador de acciones. Las palabras colorean el comportamiento. Y cuan amoroso es escuchar palabras que son calmantes y libres de rencor y agresividad. Escuchar palabras que elevan el alma y nos dejan con un vigor renovado. Tales palabras son brillos de pureza. Es importante recordar que mi discurso indica qué está en mi mente. Como es el pensamiento así son las palabras absolutas. La calma mental hace mis palabras calmadas. Una mente pura hace palabras puras. Se dice que un discurso puede exaltar a alguien a un reino o enviarlo a las alcantarillas. Yo nunca debería permitirme caer en falsedad, amargura o un discurso vicioso. Mis palabras deberían reflejar mi verdad, mi naturaleza interior, esa de pureza y paz. Las palabras una vez habladas no pueden borrarse. Ellas reverberarán a nuestro alrededor y mas allá de nuestro control. Hoy, con las palabras que hablo, ¿qué efecto tendrán sobre esas personas que las oyen? ¿Serán palabras venenosas que causen dolor? O ¿podrá ser mi lengua como un ruiseñor, dulce y así muy suave y amorosa al oído?